¿ES MADUREZ
LO QUE SIENTO?
Por: Mónica
Lucía Arcila R.
Tengo cien
años. Mi rostro está tan arrugado como caminos en mi piel. Mi cabello
está corto. Mis manos tienen manchas y
arrugas, tiemblan, tocan cada rincón de la casa antigua donde vivo, y claro,
acaricio el rostro también arrugado de mi adorado marido. El tiene noventa y
cinco años y sufre de artritis. Es mi compañero de siempre. Nos casamos hace
sesenta años y la felicidad ha sido duradera.
Todo
comenzó cuando nos conocimos por mera casualidad en un parque de la ciudad de
Nueva York en el año 1930. Las palomas revoloteaban por los alrededores y
ambos les dimos semillas y comida, pero
sin percatarnos de la misma actitud que teníamos hacia estas. En un momento
encantado, tropezamos el uno con el otro y fue amor a primera vista. Mis alas
de la juventud supieron en ese instante, que sería mi compañero por siempre
hasta la vejez. Algo en su mirada me decía que era sincero y caballero. Desde
aquel momento comenzamos a conocernos, nos presentamos y desde ahí surgió un
bellísimo romance. Su nombre era Santiago. Ambos éramos solteros y estudiábamos
para ser médicos. Pasó el tiempo y nos graduamos de médicos. A propósito, mi
nombre es Carolina, me especialicé en Pediatría y Santiago en Ortopedia. Decidimos
casarnos y tuvimos cuatrillizos: Pedro, Amalia, Darío y Rocío. Todos muy
inteligentes crecieron en un ambiente muy familiar, pero independiente. Todos al
cumplir los 18 años se fueron a vivir a otros países e hicieron sus vidas. Nos comunicábamos
por correo, teléfono y a veces alguna visita.
El tiempo
fue corriendo y ya con nuestra edad avanzada, no podemos mantenernos en
pie. Una enfermera nos cuida hoy en día y nuestra memoria gracias a Dios es
prodigiosa. He contado con una vida
afortunada, sí, reconozco que estoy sentada en una silla de ruedas porque
mi cuerpo no se soporta solo. Santiago, como dije anteriormente sufre de una
artritis insoportable.
Una mañana
de verano, cuando amanecía, estábamos dormidos en la
cama y la enfermera fue a darnos el desayuno. Esa mañana
no despertamos. Nuestras almas se
elevaron y descansamos en paz. Nuestros
cuerpos fueron cremados y nuestros hijos lloraron la triste despedida, pero
fuertes, reconocieron que era tiempo de que nos fuéramos al cielo.Tantos años de
vida y existencia nos enseñaron a tolerarnos y a amarnos como felices éramos. Los secretos de la eterna juventud y de longevidad eran: Dormir bien, estudiar,
leer, no tomar licor en exceso, vivir felices
y sin preocupaciones, estar tranquilos hasta lo posible, amar y querer
profundamente, ser apasionados y creer en Dios (ese ser supremo que nos dio la vida a través de nuestros
padres, que nos aman y nos dan fortaleza). Cuando nos dirigíamos hacia el cielo: una
paloma se acercó y nos besó.
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